lunes, 10 de abril de 2017

Vicente S. Vachss


DE CUERPO Y ALMA



detrás de las cortinas de la habitación, la noche de noviembre aparecía lívida. 
 Sin tocar a Vampirella, Henry simuló por encima del cuerpo oculto por las mantas una larga caricia que iba desde los hombros de la durmiente hasta la punta de los dedos de los pies. La joven despertó con un estremecimiento, como una médium que sale del trance, apartó las sábanas y apareció desnuda entre su larga cabelle-ra negra, se desperezó y acarició maquinalmente sus senos. Después, sus manos descendieron hasta su vello púbico, en gesto de aparente pudor. Dándole la espalda, Henry se acercó al espejo que reflejaba la imagen feme-nina, y sus manos como las de un ciego, que quieren identificar un objeto, comenzaron a deslizarse con lenti-tud por la superficie transparente.
La figura de Vampirella se reflejaba a intervalos re-gulares, como un televisor mal sintonizado en el cual se ven dos imágenes fuera de registro. Asustado, volvió a levantar la vista para mirarla a los ojos, temiendo que hubiera desaparecido. Pero ella seguía tumbada en el mismo lugar y asintió con la cabeza.
De repente, Henry soltó una carcajada y volvió rápi-damente al lado de la joven.
Antes de que Vampirella tuviera tiempo de pregun-tarle nada, de protestar o incluso de asentir, se colocó sobre ella. Sin una sola acaricia, dirigió su pene, que inmediatamente había reaccionado a su deseo, y entró en un cuerpo que sabía que, a partir de ese momento, se doblegaría a todas sus órdenes. Una bocanada de orgu-llo dilató su pecho. Era embriagador haber deshonrado a esta hematófaga que, en el fondo de su corazón, debía de creer que pertenecía a una raza superior. ¡Y su escla-vitud solo había empezado!
Hoy se había entregado y seguramente estaba en plena ensoñación de amor y requeriría la sumisión de Henry. Por lo contrario, iba a ser él quien se la exigiría a Vampirella. Ignoraba que cada uno de sus gestos, que todas las posturas de su cuerpo, su impudor extraordi-nario habían constituido un espectáculo pornográfico para él.
¡Vlad Drăculea no debió de sentir mayor placer cuando, en cada ciudad conquistada, violaba, ante los ojos de su padre y de su prometido, a la hija del príncipe vencido!
Los ojos verdes de Vampirella se aclararon y guiada por un instinto rápido y decidido, casi repentino, hun-dió los colmillos en el cuello de su amante.

―¡Arg! ―gritó Henry removiéndose, desconcertado. Le ardía la garganta de la frustración que no podía libe-rar, le dolía el vientre y le escocía el sexo.
Vampirella hundió los colmillos cada vez más pro-fundamente hasta notar que rozaba los huesos de la tráquea marfileña. Él chillaba de dolor.
«No puedo superarte ―pensó ella, enloquecida―, pe-ro tú tampoco puedes superarme a mí.
»Para que la voluptuosidad sea pura y esté libre de sus escorias, es decir, los pensamientos y la evocación de otros objetos de placer, hay que poder dirigirla con mano firme como la de una experta jinete. Esta es una ley que observan pocos humanos. Su insatisfacción congénita, nacida de la absurda creencia en el pecado de la carne, les sume, casi a su pesar, en extrañas confusio-nes. Por lo contrario, afirman que ir contra la voluntad de Dios procura unos éxtasis desgarradores, y parecen excesivamente aficionados a sus infiernos».
Fan Fiction de «Vampirella» creada por Forrest J. Ackerman para Warren Publishing y desarrollada por Archie Goodwin con los artis-tas Frank Frazetta, Tom Sutton, José González y Zesar Álvarez. 

 
Ilustración «Vampirella 32»

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