viernes, 2 de enero de 2015

Liliana Varela

 
 

Micro relato que nacio de un encadenado

Y así como llegó a ese castillo, así como entregó su cuerpo a un ente sin  materia...así mismo notó que éste era su lugar, su meta. Un castillo ajado, manoseado de tantas historias vividas, de tantas muertes ocurridas, de tantas  peleas, tantos amores, tantas guerras padecidas.

Tocó la piedra de las paredes; el marmolado y frío contorno de la mesa para doce  comensales. Un candelabro llamó su atención: el más viejo, el más oxidado, el  más pobre.


Gritó el nombre de la criada; en realidad gritó  "Criada"  porque no recordaba la gracia de aquella mujer obesa y  pequeña que acomodaba sus cosas, que tendía su cama, que cambiaba sus sábanas-incluso la de aquella noche de lujuria fantasmal-

Nadie respondió. No prestó atención al hecho. Luego la llamaría, al fin y alcabo sólo era un candelabro maltrecho.

Subió las escaleras tarareando una extraña melodía, una canción que la  remontaba al olvido de no sentirse dos, de saber que la casa estaba al fin  construida... que el viento orearía por toda la eternidad.
Se sentía bella, plena, lasciva y tierna a la vez, como el púber sonrojado ante  el primer beso (y ansioso de más).


Se miró al espejo, quería verse más bella aún para él, para aguardar el  retorno de aquel que la había sacado del ostracismo de sus días fatuos.


Limpió con desesperación la vidriosa superficie, una y otra vez hasta sentir  que lastimaba su palma -o tal vez no- quiso sollozar y no pudo.  Entonces  comprendió que las leyendas de fantasmas invisibles  no eran ciertas  pero  la de vampiros  sí.
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