lunes, 1 de septiembre de 2014

Javier Haro Herraiz





LA FUENTE DEL VAMPIRO


Corre el año 1875, en un pequeño pueblecito situado a unos doce kilómetros al Sur de Londres, Inglaterra.
De una vieja posada llamada “La Joya de la Corona” sale un hombre joven de nombre Brown, no tendrá ni treinta años.
Es alto, de aspecto fuerte. Ojos azules y cabello rubio y liso pulcramente peinado hacia atrás.
Viste un traje de color gris perla y se cubre la cabeza con una chistera del mismo color.
En su mano derecha lleva un bastón con empuñadura de marfil.
Le acompaña un caballero bastante mayor que él, llamado McDowells. Algo más alto que él, casi un gigante de cerca de dos metros de estatura y extremadamente delgado y pálido, lo que le confiere un aspecto un tanto siniestro.
Sus cabellos son grises y de mirada triste y sin brillo sus ojos negros y hundidos.
Lleva puesto un traje totalmente negro y una enorme capa, también negra, cubre sus delgadas espaldas.
No han andado unos cincuenta pasos, cuando McDowells se detiene para decir con voz profunda y cavernosa.
―Pues sí, mi joven amigo. A medio camino entre este pueblo y Peacetown se encuentra la “Fuente del Vampiro”.
―¡Vaya! –Exclama Brown, clavando en su compañero una divertida mirada―. Curioso nombre para una fuente.
―Está claro –replica McDowells con el semblante mortalmente serio―, que no conoce la historia de dicha fuente. ¿Me equivoco?
―No –responde el más joven de los dos para pedir seguidamente―: Haga el favor, amigo McDowells, de contarme esa historia.
El otro se detiene nuevamente, ya que habían iniciado otra vez su paseo, para recordar unos hechos acaecidos hace años y comienza a hablar.
―Bien. Hace casi un siglo, un hombre muy poderoso, cuyo nombre no logro recordar, durante un paseo por la carretera que une este lugar y Peacetown, encontró un manantial de agua potable, fresca y clara.
Cuando regresó aquella noche a su lujosa mansión ya lo había decidido.
Construiría una preciosa fuente en torno al manantial recién encontrado.
Por desgracia, y como suele suceder con este tipo de gente, el caballero protagonista de nuestra historia, no sólo era muy poderoso, además era sumamente cruel para con sus semejantes, por lo que nadie en el pueblo ni en los alrededores aceptó trabajar para él.
Pero nuestro hombre no era fácil de amedrentar.
Ansiaba tener su fuente y, costase lo que costase, tendría su fuente, aunque para ello tuviera que vender su alma al mismísimo Lucifer.
Y eso es precisamente lo que hizo.
Al oír esto, el más joven de los dos, nota como un leve escalofrío recorre su espina dorsal.
―El hombre ofreció su alma al Diablo a cambio de que éste le construyese la ansiada fuente.
Dos noches tardó el Maligno en completar el trabajo y en presentarse en la mansión de su contratador a cobrarse su deuda.
―Lo siento, Lucifer –le respondió el hombre mientras se cubría con un bello crucifijo de plata―. En este momento no puedo entregarte mi alma, otra vez será.
Al escuchar esto, el Maligno montó en cólera y lo maldijo.
―¿Cómo? –Pregunta Brown que, muy a su pesar, comienza a interesarse por el relato.
―Según cuenta, lo hizo desaparecer y lo introdujo en la fuente que tanto ansiaba, transformándolo en vampiro.
―¡Vaya! –Ante esta revelación, Brown enarca una ceja con expresión divertida―. Se podría decir que se complicó la vida.
―Sí –responde McDowells secamente―. Pasado el tiempo, una vez los lugareños se enteraron de todo el asunto del pacto diabólico, tomaron la decisión de no beber agua de la fuente.
―¡Qué tontería! –Replica Brown visiblemente divertido por la historia que acaba de escuchar.
―Puede usted pensar lo que quiera, mi joven amigo –continúa hablando McDowells haciendo caso omiso del jocoso comentario de su compañero―. Pero lo cierto es que hace unos sesenta años llegó a este pueblo otro hombre, tan incrédulo y escéptico como usted y que, como es natural, no hizo caso de las advertencias de la gente del lugar y se acercó a beber a la fuente –hace una pausa y queda mirando a su interlocutor, esperando quizás la reacción de éste.
―Continúe, por favor –pide Brown, quien ha vuelto a interesarse por el relato.
―Cuando este viajero se acercó a la fuente y empezó a beber, se dio cuenta de que el agua que manaba del manantial se había convertido en sangre, sin embargo y presa ya de la maldición, siguió bebiendo hasta saciar su sed, sin saber que lo que había bebido no era otra cosa que su propia sangre.
Aquella misma noche lo encontraron muerto en la posada donde se hospedaba, sin gota de sangre en las venas.
Tres noches más tarde, y según la tradición, volvía a la vida convertido en un vampiro sediento de sangre.
En su andadura, ambos hombres han llegado a una zona del pueblo poco iluminada y menos transitada y Brown aprovecha para detenerse y decirle a su compañero…
―Realmente es un relato interesante. ¿Pero cree de verdad que hay algo de cierto en él?
McDowells, como toda respuesta se abalanza sobre su compañero más joven, sus ojos rojos como la sangre y la boca abierta, mostrando sus afilados colmillos al tiempo que sisea…
―Claro que me lo creo, mi joven amigo. Porque yo era aquel hombre.

FIN


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